Artículos de opinión

26 de octubre de 2016

El dilema de los socialistas

Desde los resultados electorales de diciembre de 2015 hasta la convocatoria de junio de 2016, los socialistas y toda la izquierda, además de la derecha más centrada, vivimos una clara ocasión de oro finalmente desperdiciada: la posibilidad de desalojar del poder a un PP carcomido por la corrupción, responsable de las políticas de recortes en derechos y libertades y de un inadmisible ejercicio abusivo del poder. Tuvimos la posibilidad de formar un gobierno de cambio y de progreso liderado por un presidente socialista, abarcando transversalmente las propuestas regeneracionistas, sociales, de calidad democrática y de reforma constitucional presentes en los programas de Ciudadanos, PSOE y Podemos, que podrían haber sido sustancialmente compartidas.

En este mismo medio, unos días antes de finalizar la legislatura, publiqué el artículo “Repetir las elecciones no es la solución”, porque eso supondría decirle a la ciudadanía que su decisión no servía, prolongar por mucho tiempo más la falta de un gobierno y una oposición que pudieran reponer la vida institucional y política a un funcionamiento normalizado, y caer en el riesgo, además, de que los nuevos resultados electorales nos devolvieran a un escenario político semejante o incluso peor. El PP, pese a haber sido la fuerza más votada y con más número de escaños, estaba entonces en clara minoría y debilidad frente a los partidos del cambio. Rajoy eludió la investidura. Pedro Sánchez asumió su responsabilidad y aceptó valientemente ser candidato a la investidura. Un Manifiesto de intelectuales, artistas y sindicalistas, en cuya gestación participé, planteaba la necesidad de abrir camino a ese gobierno del cambio. Hoy todos echamos de menos no haberlo seguido.

Aquella disyuntiva, que no dilema, era relativamente sencilla de resolver con buena voluntad política, pues había un amplio margen de coincidencias de más del 70% entre las propuestas del programa consensuado por PSOE y Ciudadanos y el alentado por Podemos. El desenlace es bien conocido. Ciudadanos estuvo ambiguo respecto al PP y rígido frente a Podemos. Podemos, por su parte, animado por la doctrina Anguita y apoyándose en el estado menesteroso de IU, resucitó la vieja aspiración de sorpasso al PSOE y antepuso esta estrategia a cualquier otra cuestión, lo que condujo a una convergencia negativa entre PP y Podemos, las dos fuerzas del “No” reiterado a un gobierno presidido por un socialista. Podemos, cuya abstención hubiera bastado, pretendió sin embargo blanquear este doble injustificable “no” con mucho teatro y arrojando aquél dicterio de la “cal viva” a los socialistas.

De aquellos polvos, estos lodos. Las previsiones más negativas se cumplieron: nuevas elecciones arrojaron resultados mucho peores, por desgracia, para las fuerzas políticas del cambio y de progreso. Extrañamente aumentaron de forma considerable los apoyos al PP, mermaron los de Ciudadanos, cayeron los de los socialistas, también los de Podemos, y se vieron frustrados los anhelos de sorpasso, pese a la fagocitación de IU en Unidos-Podemos. Nuevo bloqueo político, pero esta vez mucho más enquistado que el anterior y con un PP fortalecido. En este escenario, generado a la postre por la intransigencia del líder de Podemos, Ciudadanos vira a su derecha y llega a un acuerdo un tanto vergonzante con el PP. Rajoy intenta la investidura, presentándose con 52 diputados más que el PSOE y 170 diputados apoyando la investidura, tan solo a 6 de la mayoría absoluta, pero incapaz de recabar más apoyos.

Cambio de pantalla. Ante el Partido Socialista se instala entonces un trilema: a) intentar, todavía, la consecución de un nuevo gobierno de cambio y de progreso, aunque no se sepa muy bien cómo; b) abstenerse y dar paso a la formación de un gobierno del PP debilitado y en minoría pero con el apoyo de Ciudadanos en determinadas materias, al que podía poner condiciones y resituarse al frente de la oposición conforme a sus propias señas de identidad; c) seguir definitivamente en el “No es No”, que sirvió para la negativa a la investidura de Rajoy e ir con todas la consecuencias a un nuevo proceso electoral, que la mayoría de la ciudadanía rechazaba y rechaza.

Esta pantalla con tres posibilidades estuvo abierta muy poco tiempo. Justo hasta las elecciones en el País Vasco y en Galicia, que trajeron nuevos e importantes reveses para un Partido Socialista cada vez más declinante en sus apoyos electorales. La dirección socialista, sin hacer valoración ni autocrítica de estos resultados ni del proceso de dolorosas y amplias pérdidas electorales en su conjunto desde 2011, se mantuvo en la ambigüedad sobre una difusa e imposible alianza para un gobierno de cambio y de progreso, nunca concretado y sí desmentido con rotundidad por los números, además de expresamente por Ciudadanos y por Podemos, que sólo estaba dispuesto a esa alianza contando con los independentistas e incluyendo referéndum de autodeterminación en Cataluña, extensible a otras Comunidades, algo inaceptable para el PSOE y prohibido expresamente por su Comité Federal. La dirección, sorpresivamente, da entonces un salto hacia adelante intentando la convocatoria exprés de unas primarias y de un Congreso, prácticamente sin margen y estando en el tiempo de la resolución de la investidura, momento a partir del cual se desencadenan los por desgracia bien conocidos acontecimientos que a todos nos asombraron y a los socialistas nos abochornaron y desgarraron, concluyendo en la formación de la gestora.

Paralelamente y hasta ese momento, las continuas e inoportunas declaraciones de determinados dirigentes haciendo visibles las tensiones y fallas del partido, la falta de convocatoria de un nuevo Comité Federal que decidiera ante la nueva situación, y el espeso silencio de muchos, impidió la necesaria toma de decisiones antes y en su tiempo, mediando un debate ordenado y no visceral.

Llegamos a la pantalla actual. Desde entonces, ante la inviabilidad de un gobierno alternativo, ya no hay trilema, sino dilema puro y duro: o mantener a capa y espada el No es No con la inevitabilidad de nuevas terceras elecciones tras un año sin gobierno en el país, con todas las consecuencias negativas que esta opción lleva aparejadas, o reconocer la realidad política y abstenerse en la investidura, sufriendo también las consecuencias negativas para el PSOE derivadas de abrir la vía a la formación de un gobierno del PP. El Comité Federal ha decidido esta última opción como la menos lesiva, argumentando claramente por qué lo hace y con qué alcance. El país no puede ir a unas terceras elecciones después de un año de bloqueo haciendo padecer al sistema político y a la situación económica y social en su conjunto, sin poder atender adecuadamente las necesidades cada vez más acuciantes de instituciones, familias y personas. Tampoco correr el riesgo de mantenerse en situación de bloqueo en el caso de unos resultados electorales parecidos a los del pasado junio (¿y posibilidad de unas cuartas elecciones?). Ni lo que sería todavía peor: de seguir la tendencia actual, que el PP aumentara sus votos y escaños y volviera a fortalecerse gobernando con amplia mayoría. No hay en el horizonte otras posibilidades.

Pese a lo que pueda parecer y a lo que algunos irresponsable o intencionadamente alimentan, los socialistas no estamos ideológicamente divididos. A todos los socialistas nos repugnan las nefastas políticas realizadas por el PP. A todos los socialistas nos repugnan los efluvios de la corrupción que en su seno no deja de aflorar. A todos los socialistas nos duele y nos desgarra que no podamos aplicar desde el gobierno nuestro programa de reformas y progreso desde nuestra posición de izquierdas. A todos los socialistas nos unen, incluso en esta gran adversidad, nuestros principios, nuestros valores, nuestra dilatada experiencia y nuestros grandes logros.

El Comité Federal, máximo órgano representativo y con competencia para decidir sobre este dilema, ha decidido ya tras un debate intenso y ordenado cambiando la posición que él mismo estableció hace meses. Todos los socialistas estamos democráticamente obligados a acatar esa decisión, que es la de abstención de los diputados socialistas ante una nueva investidura en la segunda votación. Como también estaríamos igual de obligados si tras el debate se hubiera decidido seguir manteniéndonos en el no. No se trata de una cuestión de división ideológica, sino táctica y estratégica ante la realidad política, conducente a centrarnos en hacer oposición frente al PP y a recomponernos como fuerza política en esta difícil coyuntura y rehacer la unidad del Partido, evitando el desastre de una tercera convocatoria electoral. Este es el objetivo que a todos debe inspirarnos ahora para recomponer nuestra unidad y fortaleza y no continuar hurgando en las heridas, destrozando más al PSOE, haciendo el juego a Podemos y, de paso, dañando al sistema político y al país.

La abstención es abstención. Nada más. Como lo fue, por ejemplo, la del PSC en la investidura de Mas en 2010. En ningún caso la abstención es apoyo al PP. En ningún caso va a ser su muleta. En ningún caso significa hincar la rodilla. Es el resultado de una reflexión larga, difícil y profunda. Una decisión adoptada de acuerdo con la “ética de la responsabilidad” a la que se refiere Max Weber al analizar la política y los políticos, contemplando las consecuencias de nuestras decisiones y acciones. La ética de la convicción frente a la derecha, y más frente a esta derecha, se nos supone a todos los socialistas. Pero la ética de la responsabilidad nos obliga a pensar en el país, en toda la ciudadanía y en el futuro de nuestro Partido.

Parafraseando a Borges, quizás con el tiempo esta izquierda tan fragmentada podrá merecer que no haya en España un gobierno como el que sufrimos desde 2011.

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